La situación del inversor frente al emprendedor en una negociación de inversión es de desventaja. El emprendedor dispone de mucha más información respecto al proyecto de la que puede llegar a tener el inversor.
Por otra parte, el inversor queda en cierta forma desarmado ante el emprendedor cuando el acuerdo se cierra y el inversor desembolsa el dinero acordado. Pensemos por ejemplo en una situación demasiado frecuente, la que se produce cuando el emprendedor recibe una jugosa oferta de trabajo que le hace perder el entusiasmo por el proyecto emprendedor y abandonarlo. El inversor podría entonces ver su inversión seriamente amenazada, o perdida directamente.
Ante estos riesgos el inversor puede protegerse de dos maneras. La primera es no firmar el acuerdo cuando se percibe cualquier riesgo de este tipo. Así, muchos inversores son reacios a invertir en proyectos cuyos emprendedores parecen imprescindibles para su progreso.
Hace unos años, una investigadora emprendedora parecía haber descubierto algo muy valioso, algo que iba a cambiar el mundo, y a juzgar por lo que contaba era así. Se afanaba entonces por conseguir el millón de euros que decía necesitaba para poner en marcha el proyecto. Eso sí, decía que el que invirtiera tendría que confiar en ella, porque su secreto se iría con ella a la tumba. La investigadora emprendedora en cuestión aparentaba no menos de sesenta años. Ni que decir tiene que no consiguió los fondos que buscaba, tuvo que cerrar la start-up que ya había constituido, y el mundo quedó sin cambiar, al menos en la dirección que ella iba a hacerlo.
La segunda estrategia seguida por los inversores para proteger su inversión ante este tipo de riesgos es incorporar determinadas cláusulas a los acuerdos suscritos con los emprendedores.
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